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Diego Cerega
es un inquebrantable luchador que ha sabido siempre sobreponerse ante las adversidades. Quedó ciego en la flor de su juventud, a los 17 años y, tras un breve duelo depresivo, entendió que tenía muchísimos motivos para seguir disfrutando de la vida. En búsqueda de su recuperación, se topó en el camino con la práctica de fútbol para ciegos y halló en este deporte una manera de vivir. Multicampeón con el seleccionado argentino conocido como “Los Murciélagos”, reconoce que su retiro está cerca y para seguir creciendo decidió anotarse en la Fundación El Futbolista para terminar con el último año de sus estudios secundarios.

El “León” Cerega nos enseña a vivir, con su energía, su fuerza de voluntad, con su optimismo avasallante. El glaucoma congénito que se le detectó a los seis meses de nacido, que conllevó a una baja visión de su ojo derecho, no impidió que viviera una infancia muy feliz en su General Las Heras natal, ciudad de campo. Los recuerdos que tiene son de andar con su pandilla de amigos desde bien temprano, trepándose a los árboles, en verano bajando los frutos que había en las plantas y en invierno juntando cítricos. “Pasé una infancia muy linda, muy activa, con una familia humilde, con mi mamá, que se separó cuando yo tenía tres meses, y fui criado por mis abuelos. Jugaba a la pelota, al básquet, y leía mucho, ya que mi madre trabajaba en casa de familia y los textos que ellos descartaban eran parte de mi aprendizaje”, nos cuenta Diego, sin ningún dejo de tristeza, más bien con una sonrisa que ilumina el escenario.

Con el correr del tiempo los problemas en su vista se fueron agravando. Un incidente con un compañero de primaria le hizo perder completamente la vista de su ojo derecho y empezó a forzar la visión del ojo izquierdo. En la escuela, con muchísimo esfuerzo, utilizando hojas amarillas y fibrones, llegó a cursar completo el cuarto año del viejo secundario, hasta que le ocurrió un desgraciado accidente. “Se me reventó el globo ocular izquierdo, tuve un pico de presión alto, desprendimiento de retina y la ceguera fue irreversible. A partir de ese momento me tuve que acostumbrar a vivir sin ver, pero a vivir”. Al principio le costó mucho, pensaba que se le venía el mundo encima y que se le deterioraban los sueños. Sin embargo, con entereza pudo entender que la vida tiene etapas, que allí empezaba la más dura para él y que era el momento de buscar su destino. “Una vez que acepté ser ciego me dí cuenta de que ser ciego significa no ver, pero no impide hacer cosas. Dos ojos no podían limitar el 98% del cuerpo restante”.  Entonces la luchó. Exprimió al máximo el resto de sus sentidos y experimentó por el lado de la música, trabajando como DJ. Después tuvo su propio programa de radio… lo que se dice, rebusques de laburante.

Hasta que, instigado por sus seres queridos, decidió hacer una rehabilitación en el instituto Román Rosell de San Isidro, donde, en lugar de aprender Braille, aprendió a jugar al fútbol. Allí comenzaba una nueva vida para Diego, ya que encontró en el futbol para ciegos un estilo de vida, una forma de vivir. Al poner en práctica toda su actividad psicomotriz adquirida cuando veía, se dio cuenta de que sacaba una luz de diferencia respecto al resto. Tres años más tarde, en 2002, llegó a la selección argentina y se coronó campeón del mundo, hecho que marcó un antes y un después en su vida. Al hablar de “Los Murciélagos” lo hace con verdadero sentimiento, con un orgullo muy grande. Refiriéndose a este equipo de amigos, Diego dice: “Los Murciélagos fueron un ancla muy grande en mi vida, fue decir con esto me quedo, decido ser parte de esto. Ponerse la bandera en forma de remera es muy lindo, representar a tu país, escuchar el himno lejos. La selección hoy por hoy en la vida es todo. Me dio una dignidad, una rehabilitación, una herramienta de trabajo y ahora me da la oportunidad de estudiar”.

Como jugador se reconoce de “hacha y tiza”, no muy dotado técnicamente, verborrágico, de orientar y alentar mucho al equipo, con voz de mando dentro de la cancha, y se sincera entre risas asegurando que “si la pelota pasa, el jugador no”. Por algo tiene bien ganado el apodo de León. Su posición en la cancha es de mediocampista de contención y cree ser sencillo y práctico como en la vida.

Diego es claro en sus palabras y en sus pensamientos. Sabe que lo laboral está resuelto, pero que a su vez el fútbol no le va a durar para siempre y entiende que hay otras alternativas muy importantes como lo son los estudios. A sus 35 años, llegó el momento de utilizar la cabeza para ese fin. De esa manera llegó a la Fundación El Futbolista con la idea de rendir las pocas materias del cuarto año que le habían quedado y terminar de cursar quinto, para poder capacitarse después en alguna carrera terciaria o universitaria. Lo considera como una deuda propia, deuda que ya va saldando, ya que en la primera materia que rindió –Geografía- se sacó nada más y nada menos que un 10 y en la segunda un 7 en Psicología.

Después de terminar el secundario, Diego imagina seguir ligado al deporte que tanto lo apasiona, que tanto ama. Su idea es manejar grupos, entender los comportamientos, el trabajo en equipo. Se vislumbra como Psicólogo Deportivo o como Coaching Empresarial y por último nos deja esta reflexión para el conjunto de los futbolistas: “Los límites se los pone uno; a veces la vida te pone límites, pero lo lindo de eso es desafiarlos. Nunca es tarde para estudiar y es necesario hacerlo. Lo bello de esto del deporte es que la discapacidad no contagia, pero el deporte sí y las ganas de estudiar también son dignas de contagiar”.